Cuando  pienso en lo que implica ser osteópata, pienso en lo que implica trabajar e intentar trasmitir la Osteopatía. En nuestros inicios tratamos de aproximarnos al lenguaje de la enfermedad, que estamos acostumbrados a pensar que es el lenguaje del osteópata. Un osteópata conoce el lenguaje médico, el lenguaje de la patología, la enfermedad y los complicados nombres que la Medicina de hoy en día se ha encargado de ponerles. Lo ha hecho así puesto que es así como ellos comprenden la enfermedad, como un cúmulo de efectos que deben interpretar para poder llevar a cabo su abordaje sintomático y a menudo farmacéutico. Pero los osteópatas a menudo estamos confundidos y nos perdemos en esta gran cantidad de nombres que la ciencia y la Medicina de hoy en día se ha empeñado en que debemos aprender. Claro, que si seguimos hablando este mismo lenguaje, será fácil que sigamos practicando el mismo tipo de Medicina, sea con las manos o a base de pastillas o bolitas.

Pero pongamos las cosas en su sitio. Este no es el lenguaje del osteópata.

Este no es el lenguaje con el que Andrew Taylor Still hablaba de la enfermedad y entendía cómo el ser humano enfermaba. Como osteópatas podemos quedarnos en los complicados nombres patológicos de las cosas, de las enfermedades, y hacer todo un listado de remedios y técnicas para combatir tal efecto o enfermedad. De esta manera acabamos teniendo un montón de técnicas que sirven para todo, y que nuestros alumnos están ansiosos y entusiasmados por aprender, pero esta no es la realidad con la que se encuentra el osteópata cada día.

El osteópata se encuentra como decía Andrew, “una máquina impulsada por una fuerza llamada Vida”.

Cuando el osteópata contempla el cuerpo como una máquina, entonces empieza a hablar de otra manera. Al osteópata, le interesa su funcionamiento, sus procesos, que no son más allá de lo que le interesaría a un fontanero o un electricista. El osteópata se da cuenta que empieza a ver tapones que impiden que la sangre circule, zonas apretadas que impiden que la sangre pueda volver, zonas estiradas que estiran los nervios, que los irritan y producen espasmos musculares, zonas congestionadas donde la fontanería se daría cuenta que con el tiempo allí se han formado depósitos que obstruyen el paso del agua, o la sangre o la linfa. Zonas congestionadas, que no son más que el efecto de un tapón que impide que el agua o la sangre circule, y sabe , igual que sabe un agricultor toda su vida, que el agua estancada acabará pudriédose y formando así un agua impura, llena de bacterias y que los médicos y farmacéuticos se han empeñado en analizar para encontrar todo tipo de bichitos que matar con sus mil y un remedios. El problema es que la Naturaleza no habla este lenguaje. La Naturaleza dice que el agua impura ha de limpiarse y así desaparecerán los gérmenes. Si queremos matar uno de los gérmenes estamos matando al mismo tiempo al agua, que se volverá impura y que necesitará de otra pastilla para tener que matar un nuevo bichito que ha salido consecuencia de la impureza del agua o la sangre. Así habla la Medicina de hoy en día, así habla parte de la ciencia farmacéutica, y nosotros como osteópatas queremos entrar en ese mundo, ser científicos y que se nos respete como se le haría a un médico. Cuando hallamos conseguido eso, por fín, nos lo habremos cargado todo, será justo en ese momento en el que habremos perdido nuestra identidad, nos llamarán doctores, pero habremos dejado de ser osteópatas, el legado que Andrew en su día no dejó habrá desaparecido por completo.

Nuestro lenguaje es parte de nuestra identidad, de nuestro lenguaje parte la comprensión de esta máquina humana, y de nuestro lenguaje de cómo entendemos la enfermedad partirá nuestra manera de tratarla y enfrentarnos a ella. El único lenguaje que ha de interesarle al osteópata es el de la sangre, si llena o no llega, el de la luz, si tenemos luz o no, el de la potencia y la fuerza, si existe o no para impulsar y repartir los elementos de la vida por todo el cuerpo humano, porque es solo así que viviremos en salud. Un lenguaje en el que nada le vamos a enseñar al cuerpo humano, puesto que él es el que nos ha de enseñar a nosotros. Si contemplamos el cuerpo humano de la misma manera que tratamos de comprender la Naturaleza nos daremos cuenta que estamos cerca, muy cerca de aquello que Andrew quiso dejarnos. “Ir ahí a la estructura, es ahí en algún lugar de ella donde esta el remedio para la enfermedad. Solo quitar el obstáculo y la salud se manifestará automáticamente”. Estas son las palabras de Andrew. “Quitar el obstáculo”, igual que lo hace nuestro fontanero o electricista para devolvernos la luz y el agua, en definitiva la salud.

Pero como mecánicos, los osteópatas  no debemos olvidarnos de que tenemos delante de nosotros una máquina que tiene “Vida” y eso lo cambia todo.Puesto que quita el automatismo de las cosas. Cuando nos damos cuenta de esto dejamos de tratar enfermedades para tratar personas. Debemos estudiar la Vida, estudiar sus manifestaciones, su comportamiento y eso implica observar y entender cuál es el lenguaje de nuestra madre Naturaleza. Andrew vivió y pasó horas y horas contemplándola y aprendiendo de ella, para darse cuenta que ella hablaba dentro del cuerpo humano. La Vida es algo muy complejo, y estudiarla es el objetivo el osteópata. No solo la mecánica es importante, también la Vida que habita en su interior. “Estudiar la Vida debería ser la obligación del osteópata que busca liberarla”.

Sigamos estudiando la Vida, sigamos siendo Osteópatas….

Franki Rocher

Osteópata D.O.

“Hablemos como osteópatas, rescatemos el lenguaje de la naturaleza”

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